Con un conocimiento profundo de la naturaleza y una gran empatía hacia ella, y con el saber de un ingeniero agrónomo comprometido, Ricardo comenzó a restaurar la fuerza prístina de este paisaje.
Exploró las variedades de la vegetación primitiva de La Espuña,
plantó en sus propios viveros arbustos y árboles de
la región, recogió sus semillas y las disparó por las montañas con la ayuda de un cañón.
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La iniciativa de Ricardo Codorníu nos ha legado, 130 años más tarde, una extensión de unas 25.000 hectáreas, en las que se palpa el espíritu original de La Espuña y de sus seres.
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